domingo, 20 de noviembre de 2011

ANDY WARHOL.-Por Sergio Esteban Vélez

 
Detrás de esa peluca sicodélica,
de esa pose burlesca
que ridiculizaba
tu platinada América,
de ese afán porque el mundo sufriera
por tus frases eléctricas,
por tus fiestas patéticas,
rugía una tormenta:
Exiliado en la Tierra,
no podías hallarle
sentido a esta viandanza,
no encontrabas sosiego
en nada:
ni en los vanos placeres que exaltabas,
ni en la vaga experiencia
vacía
de la fama.
Orabas, como un niño triste,
porque el amor no llegaba,
y ningún barbitúrico
hizo dulces tus lágrimas
violetas
de anilina,
por más que camuflaras
de plástico tu estancia.
Contrario a los poetas,
no veías la luz de las estrellas.
Por eso te embriagaste
en aquellas luminarias
que parpadeaban
en los cielos de Hollywood,
y, entonces, las ungiste
con fucsia y con naranjas.
Y fulgió en tu orfandad
la lucidez necesaria
para cambiar tu hábitat
común de ciudadano del consumo
por la plácida paz del tecnicolor,
que obra como un narcótico
en las mentes concéntricas esclavas.

Tu compatriota Dvorak
transmutó su nostalgia
en dulces remembranzas
acompasadas,
pero tú vislumbraste “El Nuevo Mundo”,
tras cruzar un océano
de Coca Cola dorada
que escanciaba en tu abismo
Marilyn como un sol o como un ángel,
ataviada en Chanel número cinco.
Y como en un ignoto cómic cósmico
(pero no los de Liechtenstein),
con un billete verde que pintaste
dibujaste un avión ultramoderno
de la aerolínea opiácea de Morfeo
y calcaste un tiquete
para hundirte en ti mismo.
 
 
 
 
 
 
 

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