lunes, 21 de noviembre de 2011

III LOS ESCRIBIDORES.-Por Dina Bellrham

Dina Bellrham (Milagro, 1984) 

Hay una mesa paralela a un jardín arcaico. Yo extiendo mi regazo en las horas que dura el cielo sin su cinética de dinosaurios ególatras. De vez en cuando dejo las meninges escondidas en los bolsillos, porque me hastía su dolor de huérfano en mi cráneo, su llanto circular y víctima, su complejo de enano de fábula.

Entre el jardín y la mesa viven escribidores atrapados en smokings soñando el sueño que tuve hace dos siglos. Es muy tarde, yo me ido, he dejado el cuerpo perforado, la sonrisa y su juerga muscular. No necesito los pies para sembrar terror en las vías. Ni la péndola. Ni el papel calcinado entre mis dedos. Tengo dos libros en las sienes.

La mujer de helio me enreda en sus piernas, mastica mis pezones hasta arrancarlos. Está con rabia, con el perro atravesado en sus costillas. No me importa, su helio es mi ala de juguete, soy el náufrago de su párpado de océano.

Debo soportar sus días de témpano, desde acá observo a las escribidores abandonar el suicidio anticipado. Uno de ellos, tiene el corazón de virgen de estampilla, no son dagas, son vástagos sin vientre.

Cuando la mujer de helio llega al barrio de Midas, abre la boca y expulsa su globo. Se calza los huesos, nervios y arterias debajo de las piernas. Yo la espero. Deposito la lengua a su costado, mientras corro con las venas cual péndulos de sanatorios. Ella cura mis muñecas, adormece la anemia. Ella es fuerte. Ella apretará el gatillo en el desierto.

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