A Ignacio Bellido, poeta | ||
"Soy Ignacio Bellido, y soy poeta”, me dijo entre susurros una tarde. También me consta, que a bordo del navío, fue psiquiatra y hoy, en la literatura tiene el cobijo de sus gotas de agua y sus campanas. A veces me insinúa, que hay que ser respetuoso con el azar y con la muerte, con el mito de Bronwyn de Cirlot, y su amada —la que renace siempre de las aguas—, y me lee sonetos de Shakespeare en versión original —por supuesto en inglés— y me habla de cuando estuvo con Pessoa en Portugal, de aminoácidos y proteínas, mientras apura su plato de lentejas con esmero para fortalecer el ADN de su barba blanca, como una indulgencia o una jaculatoria, como si vestirse cada mañana supusiera cometer un adulterio, y arrojar al mar los residuos radiactivos de la aurora. También me lee a John Ashbery, y me cuenta sus periplos, su estancia en Nueva York, y como el invierno se parece a la noche y el adiós al olvido. Y dice que nació en Salamanca, y pretende conjurar su memoria con el cero, mientras galante, enamora lunas, me cuenta su viaje a Baden-Baden y sigue hablando de lentejas, de tomillo, de pimiento verde. Ayer, en el Ateneo, del que me hice socio por petición del poeta, le dije: ¿Por qué tan serio Ignacio? [i]Estoy admirando[/i] —me respondió— una fotografía del poeta Yeats en su profunda metafísica, gafas condecoradas en lo intemporal y gesto de "darse cuenta" de lo que el resto ignoramos. Ante tan sabias premisas, sólo me queda retomar sus “Crepúsculos Involuntarios”, rezar a su árboles, disfrazarme de luz y esperar que el cielo acuda. |
Autor
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Proserpina Ramírez
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