Lo vacío puebla el paisaje roído de la luna. Un
costal amorfo vomita sus entrañas, moja el hendido esqueleto en el camino (mientras
la mar se amotina cincel en mano). Mil exilios permanecen frente a guarda
fronteras de terracota y el viento se ve tan inútil.
En síntesis, se quiere volver a casa (todos ya
podridos, todos ya cansados, con el color distinto de la vejez indescifrable).
-Nos expulsó la noche, la gárgola, los relojes,
cientos de moscas agoreras. Hoy hemos vuelto, inusitadamente sobre nuestros
pasos, a mirar desde lejos la gris iluminación doméstica.
Aquella fue mi casa, aquella mi habitación. Aquello
el primer beso y/o hedor amargo del
cuchillo (jamás supe que desde aquella tarde desandaríamos dunas y desiertos
buscando escapar de la muerte).-
No hay dudas de que todo el follaje que vemos
(desde un cerro asustado y remoto) son espinos en el azogue del canto… Eso dice
mi padre, eso dice el abuelo, y yo lo repito por mero ardor hereditario, con
nostalgia, contrarrevolucionariamente…
¿Qué sucede allá dentro, qué esquina se
pronuncia en favor de las acritudes, de las sombras? Entonces decido penetrar las
cenizas, entrar al infierno, ser decapitado por soldaditos rotos nacidos en la
falsa.
Nadie me detiene. Nadie me golpea. Nadie pone
un muro o mazmorras de resquebrajos. Todos me abrazan de inusitada manera. El eterno
funeral parece estar de fiesta, trae guayabera amarillenta, roída, incompresiblemente
sonriente.
Es un espejismo la cartelera (el mar que desde
lejos se hacía gris, despierta un color
azul con los primeros rayos de sol).
-¡Un día volveremos!- Retumban voces en la memoria.
-¡Ya estoy aquí!- me digo. En el autobús todos exponen su disgusto “Cuba ha
perdido en beisbol” verdadera desgracia nacional!
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