sábado, 21 de julio de 2012


Ella mira la tele mientras sorbe su mate ajena a mis pesquisas.Por Alonso de Molina







Hay gritos y órdenes sin paliativos
-niño lávate las manos!
Discuten todos a la vez.
Estampa familiar que sabe a casta, a futuro impreciso.
Y yo regreso a las cavernas a las que me aferro.


Es noche de julio. El viento ha pasado dejando un raso de polvo seco sobre la mesa.
Descorcho una botella de lambrusco.
Una de esas botellas del Mercadona, la economía
no permite más adornos.
Suave y oloroso “Vino de la Emilia”.
No es mi sangre, no es mi cuerpo
Es un cántico hundido en mis sienes
mientras brindo  con la botella abierta,
mi soledad y la botella me asisten;
siguen los gritos
-niño ponte derecho y come!
Me siento amilanado y cobarde
no conseguí acabarme todo el lambrusco
y trato de pensar (horror, pensar) para disimular mi apatía
en tanto ella aparece, despistada y en tanga, recién salida de la ducha guiñándome los ojos
 como si me estuviera diciendo -eres estúpido,  estúpido y más, eres infeliz porque te creces siendo infeliz.

Estoy mintiendo. Ella mira la tele
mientras sorbe su mate ajena a mis pesquisas.


Nadie podría caminar sobre una ciudad ardiendo
en una noche ajena a los horarios.
Fluyen oscuros los deseos en tanto arrecia el viento
en medio de un vacío  espantoso.

Arriba de mi, tres estrellas del cielo conforman un arco.
Y mi gata restriega su celo entre mis piernas lasas.

 El zen de las macetas. Fragmento

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