Era la noche, madre, y un silencio
de océanos vacíos
se desplomaba, nieve, entre los muslos.
La carretera toda era la noche
y a un lado y a otro lado, las encinas.
Era la noche, madre, y nadie más en el mundo
que tú y yo,
nadie más en el mundo que tú y yo,
la noche y las encinas intentando
alargar ese instante de ternura
que aún quedara en tu cuerpo.
Fueron diez,
once,
doce o trece curvas.
El taxista callaba y yo veía
detrás de cada encina a un par de ángeles
desplegando sus alas.
El taxista callaba y yo callaba
hasta que fue imposible por más tiempo
negarse a la evidencia.
Dije sólo: está fría.
Y era la noche, madre,
eran la noche y las encinas juntas.
Gracias por este homenaje a tan magnífico poeta.
ResponderEliminarSaludos.
Melba lo merece y mas.Era un buen amigo y gran poeta.Aún lloro su ausencia.
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